la práctica

El dato escondido

Andrea Finkelstein

La historia de las familias ensambladas es a esta altura conocida para todos aquellos que trabajamos en el tema. Pero ello no impide que se requiera cada vez más de nuestra destreza para atender casos como el que voy a referir.
Llegan a la mediación Amalia, de unos 35 años y Juan, de pocos más, cada uno de ellos acompañados por sus letrados, a los que vamos a llamar Dra. Prado (la de ella) y Dr. Paz (el de él).
Amalia y Juan tienen un hijo menor, Sebastián, de 6 años de edad. Sus relatos son medianamente coincidentes, y nos cuentan que el niño vive con ella, en el que fuera el hogar conyugal, y que las cuestiones que quieren tratar son los alimentos y las visitas en relación a este hijo.
Se miran todo el tiempo con desdén, pero también con cierta cosa socarrona, como compartiendo un secreto que los hace cómplices.
La mediación la pidió él, por reducción de cuota alimentaria y régimen de visitas, y cuenta: "cuando nos separamos, hace ya cuatro años, en el juzgado fijamos una cuota de cuatrocientos pesos. Ya en ese momento era mucho para mí, pero ahora es imposible. De hecho, después acordamos con Amalia, de palabra, reducirla a doscientos, que es lo que ahora quisiera blanquear". Con respecto a las visitas, dice: "...Amalia tomó a Sebas como rehén. Él quiere pasar más tiempo conmigo, y yo con él. Pero ella actúa como una medianera, limita las visitas como si fuera un árbitro de fútbol, se cree la dueña de mi hijo y yo eso no lo puedo tolerar."
Por su parte, Amalia dice: "...él puede aportar más. Tiene una verdulería, como siempre tuvo, y soñaba conmigo otra clase de vida para nuestro hijo. No puede ser que ahora quiera arreglarlo con doscientos pesos. No es cierto que yo haya aceptado esa suma, y la verdad es que los cuatrocientos los pagó un mes, después no pagó nunca más nada, y a partir de una carta documento que le envió mi abogada empezó a aportar los doscientos pesos, y de eso van sólo tres meses. Es decir: un mes de cuatrocientos y tres de doscientos en cuatro años." Con relación a las visitas, aclara: "...y encima tiene la caradurez de decirme que parezco un árbitro de fútbol. Yo ya le hubiera sacado la tarjeta roja hace mucho, pero nunca jugué con ese tema, aún cuando el que no cumplía sus obligaciones era él. Eso sí, para mudarse a una cuadra de mi casa tuvo dinero. ¡Una cuadra! El ve a Sebas tres veces por semana, que es más de lo normal. Si se cree que por mudarse a una cuadra lo puede tener cuando quiere, se equivoca."
Juan se mostraba arrepentido de haber fallado con la cuota, y decía tener la firme convicción de cumplir de ahora en más, pero quería la reducción de la que habían pactado hacía cuatro años. Ella manifestaba no creer en su futuro cumplimiento, y afirmaba que para no tener nada en las manos, prefería acumular más como acreedora.
Ambos habían formado nuevas parejas, y ella tenía un nuevo hijo, de un año de edad.
Todos los indicadores parecían mostrar un caso relativamente "sencillo": cuatro años de separación, nuevas parejas, personas con un discurso coherente e incluso de criterio amplio ( p.ej. el reconocimiento de él de su incumplimiento o la permisividad de ella con relación a las visitas frente a ese incumplimiento). Sin embargo, durante la primera audiencia no hubo indicios de movimientos por parte de ninguno de los dos. Cuando intenté trabajar los intereses, aparecía por parte de ella un constante reclamo de que él "primero muestre que cumple, y no por cartas documentos sino porque nuestro hijo le interesa", y por parte de él "que la madre deje de tener al chico como rehén, y me deje ejercer mi rol de padre".
En la segunda audiencia, decidí trabajar en reuniones privadas, y fue la Dra. Prado la que despejó un poco las cosas. "Yo no sé si servirá de algo el dato, no lo dije antes porque mi clienta no quiere que él se piense que tiene nada que ver con eso, pero la realidad es que ellos se casaron con otra pareja, de vecinos." Amalia se rió por lo bajo y se apresuró a aclarar que igual "eso" no tenía nada que ver. De todos modos, a pedido mío, aclaró que él primero se había juntado con esa loca, y que recién después ella se había puesto en pareja con el ex de ella. Así que Amalia vivía con su actual pareja (ex de la actual de su ex), con Sebastián, con su nuevo hijito, y con el hijo mayor de su pareja, "que cuando tuvo edad de decidir se fue de al lado de la loca". Él, por su parte, vivía con la loca, y con tres hijos de la loca. Es decir, que tenían tres chicos consigo cada una de las parejas, que vivían a una cuadra de distancia.
Este "dato menor", lo pude corroborar en la reunión privada con él, para asombro de su abogado, que se desayunaba del asunto en esa audiencia. Según sostenía Juan, era precisamente ese el motivo por el cual quería que Sebas estuviera más en su casa: allí estaban los hijitos de su pareja, amiguitos de Sebas, era una casa "con vida", y ella no tenía derecho a negarle al hijo ese entorno.
Ya en reunión conjunta, puedo "acomodar" el tema sobre la mesa con mucha resistencia por parte de ella, que sin embargo se sigue riendo y lo mira a él cuando se menciona. La nueva pareja de Amalia, siempre pasó alimentos para sus tres hijos, mientras que Juan recibía la plata en su casa y no "devolvía nada".
Para su defensa, aunque sin dejar de reconocer su falta, él argumentaba que por lo menos él había "hecho" un hijo, mientras que el otro había hecho cinco (cuatro con su actual mujer y uno con su ex). Y que si la cuota que pasaba la pareja de ella era de cuatrocientos, él no podía pasar lo mismo por un solo hijo.
El mismo paralelismo que se daba respecto a los alimentos, sucedía con el régimen de visitas. Juan quería que le coincidieran "todos los chicos juntos", mientras ella quería pasar tiempo a solas con su hijo, sin la invasión de todos los demás. También le parecía que Juan tenía que pasar tiempo a solas con Sebas, "que para eso también había tenido uno solo".
Si parece un trabalenguas es así como se percibía en la mesa. Costó mucho que ambos puedan llamar por sus nombres a sus parejas actuales, pero increíblemente, cuando pudieron hacerlo todo fue más sencillo, empezando por el entendimiento.
Era claramente un sistema formado por dos familias, de ingresos similares, entre las que circulaban niños y dinero en forma permanente. Susana y Pedro (los respectivos ex y actuales) tenían, por supuesto, su mediación paralela, en donde, según me dijo la Dra. Prado, que también patrocinaba a Pedro, todo era más sencillo porque Pedro cumplía.

Una de las circunstancias que más llamó mi atención fue el dato escondido. Me pregunto qué fue lo que empujó a ambos al ocultamiento de su situación, cuando es claro que tenía una influencia primordial en el asunto. Cuando les hice esta pregunta a ellos, ella me respondió que "no tenía nada que ver" y él que era mejor no nombrarlo porque "ella se ponía loca" (véase sin embargo que no se lo había relatado ni al propio letrado). Yo creo que en realidad, una de las cosas que más pesó sobre ese silencio, tiene que ver con la lectura que ambos sabían que el afuera puede hacer de esa situación. Por ello, eran socios en el silencio, y se esforzaron más de la cuenta en ser "amplios" el uno con el otro (aún a costa del alimento de los niños, como en el caso de ella). Esto me lleva a revalorizar la neutralidad del mediador, no en su acepción más difundida, que tiene que ver con equidistancia, sin con la posibilidad de crear un espacio en donde no se valoren o juzguen las acciones o los dichos de las partes, sino en su exclusiva resonancia en el otro y en su incidencia en la evolución -o involución- del caso que los ocupa. Y es evidente que el mediador no puede evaluar en forma personal ninguno de estos dos puntos (ni la resonancia en el otro ni las consecuencias que traerá aparejada una conducta), pero sí facilitar la posibilidad de que ello suceda en su mesa. Me pregunto cuántos casos como éste quedarán -aún cuando se llegue a un acuerdo-, "cerrados" para el mediador y consiguientemente para las partes, sin que se pueda abordar su sustancia, trabajando "borradores" costosos, en sus múltiples sentidos, que sólo ofrecen unos minutos más al reloj del detonante.