la práctica

Quien quiera escuchar, que escuche

Patricia Aréchaga

Los dos son muy jovencitos. Esa es mi imagen. Tienen entre 23 y 24 años. Tuvieron un hijo hace 2 años y desde ese momento están separados. Ella tiene un buen trabajo y estudia. Él perdió su trabajo y acaba de recibirse. Vienen a la mediación para fijar la cuota alimentaria. Él quiere definir dicho tema. Ella también. Claro, de un modo totalmente opuesto.
Además comentan que entre ellos han elaborado un régimen de visitas que funciona hace tiempo. Yo escucho la descripción del mismo y me suena complejo. Él sostiene que está con su hijo el mismo tiempo o más que la madre, que se ocupa mucho de su hijo y que esta situación era consensuada con la madre. Que él no entiende porque ella le pide dinero, si entre los dos se hacen cargo. Ella explica que el “hacerse cargo” de él, no incluye conceptos, que a su criterio y de su abogada, integran la cuota alimentaria, como jardín de infantes, niñera, alquiler, expensas y obra social.
Esta primera reunión finaliza con un forcejeo de quien convive más con el niño y quién se ocupa más de él. Los letrados entienden que la diferencia se clarificaría si cada uno construye un “almanaque” con cuantos días a la semana o horas, o minutos está con el hijo y una “liquidación” que contenga la descripción de cuánto gasta o consume durante esos períodos.
En el próximo encuentro cada uno de ellos viene munido de su lista de gastos en alimentos y de un almanaque que intenta describir los días y los momentos que el niño está con cada uno de ellos. Él ha confeccionado sus labores en planilla Excel, mientras que ella en manuscrito y con un resaltador ha marcado los días que está con su hijo.
¡Qué ingenuidad es pensar que estas constancias, que estas pruebas incontrastables iban a zanjar la diferencia o la disputa! Sólo fueron instrumentos para reforzar lo que cada uno sostenía desde el principio. Para él, que aportaba lo mismo que ella y para ella. que él no aportaba lo suficiente.
En ese momento de intercambio de gastos y días, comienza ha desarrollarse una escalada de reproches, que básicamente se sintetizan en frases como esta: “vos me pedís esto porque sos ...” y así la seguidilla de imputaciones y atribuciones de malas intenciones.
En dicho momento formulo la siguiente pregunta, dirigiéndome a él, ¿cómo podrías describir esta situación, desde vos, sin referirte o acusarla a ella? Comienza un relato desde su propia perspectiva y detalla una serie de circunstancias por las que está atravesando, que le dificultan o le inviabilizan poder ofrecer algo más de lo que está ofreciendo sobre la mesa de mediación. A partir de la escucha de este relato le pregunto, ¿qué crees que ella no escucha de lo que estás diciendo? Contesta: “ Yo creo que ella está encaprichada y no me puede escuchar”.
Idéntico movimiento hago con ella. Le pregunto ¿cómo describirías tu postura sin culparlo a él? Y describe cuál es su situación hoy y por qué entiende que necesita ayuda. Luego de escucharla le digo: ¿Y entonces qué crees que él no escucha de tu relato? Contesta: “Él es muy cerrado, creo que no escucha y cree que mi pedido es injustificado.”
Entonces, dirigiéndome a ambos les interrogo: ¿cuál es el problema?
Él dice que ellos nunca pudieron hablar, que si alguna vez lo hubiesen hecho tal vez no estarían en este lugar sentados, tal vez estarían juntos. En ese momento entre ellos se dibuja por primera vez un enlace, se escucha entre ellos el armado de una sonrisa fuerte, cómplice. Ella asiente y también cree que es así. Él dice que justamente pensaron que este lugar (la mediación) iba ordenarlos, a ayudarlos a hablar.
¡Qué interesante corroborar en sus palabras lo que hace tiempo venimos sosteniendo! La mediación como un espacio ordenador, regulador, a partir de poder establecer una conversación. Un ordenamiento, que los participantes pueden construirse, a diferencia del ordenamiento externo de la ley.
La mediación, entiendo, es una invitación a encontrar la legalidad propia de cada familia, a recoger sus singularidades. Para ello el desafío de los miembros de esa familia es tener un mínimo de acuerdo entre ellos, querer sostener un espacio autoregulador y el deseo de marcar el territorio de la negociación a partir de un reconocimiento del otro.
A partir de aquel momento, los invito a pensar cuál creen que es el problema. Y a partir de la definición que ellos mismos arman “no poder escucharse entre sí”, los convoco a pensar en el modo en que pueden construir ese camino hacia el entendimiento. Y otra vez la complicidad y se escucha “en alguien que nos ayude a hablar entre nosotros, que nos aclare porque no podemos escucharnos, tal vez nos destrabe................. “, contestan casi juntos.
A partir del reconocimiento en común del problema, ellos pudieron generar acciones para resolverlo, que muy lejos estaban del almanaque y la liquidación de gastos.