la práctica

Pase por aquí, pase por allá....

Diana Eilbaum

El tema que deseo comentar surgió en un caso de familia en el que hubo previamente una intervención judicial por el mismo tema por el que solicitan ahora la mediación: alimentos y modificación del régimen de visitas.
Laura es docente, tiene 36 años, es delgada, menuda, habla con corrección, seleccionando las palabras que resulten menos agresivas y más conciliadoras.
Julio es contador, dice que está sin trabajo, tiene 38 años, es robusto, se muestra muy desconfiado y es bastante despectivo en sus comentarios con respecto a Laura.
Tienen una hija en común, Yamila, de 11 años de edad, que vive con la mamá, y según cuentan, por consejo de la psicóloga de la niña, el juzgado fijó un régimen de visitas provisorio para el papá, de una hora tres veces por semana, con la asistencia de un tercero.
El abogado que acompaña a Laura se expresa de una manera similar a Julio, en cuanto al enojo y la agresividad que quiere demostrar, mientras que la letrada de Julio se manifiesta conciliadora y cuidadosa con el lenguaje.
Esta es la tercera reunión que mantenemos. En las dos anteriores las partes avanzaron con relación a los encuentros entre Yamila y su papá. Esto no fue sencillo, especialmente porque el abogado de Laura insistió mucho en que la psicóloga de Yamila aconsejaba cautela, ya que, decía que según los informes de la misma los comentarios que el papá le hacia a su hija involucrándola en los temas de los adultos, como que ella/ él lo había embargado por alimentos y que por su culpa se iba a quedar en la calle, le hacían mal a la pequeña, quien se sentía responsable por su papá y según el letrado, se enfermaba. Julio en su momento contestó que Yamila “jugaba a enfermarse”, que jugaba a hacerse diálisis imitando a su mamá que es transplantada, y que la verdad es que el abogado le había embargado la casa y el riesgo de perderla era cierto. Agregó, también, que él hablaba con su hija porque ésta con sus once años, era “muy madura y comprendía su situación”.
No obstante, la discusión entre Julio y el abogado de Laura y los reparos de éste, ambos padres acordaron probar por dos meses una nueva modalidad de encuentros entre la niña y su papá: todos los días a la salida del colegio, durante aproximadamente una hora, y los sábados todo el día juntos desde la mañana a la noche.
Mi sensación era que la relación más “dura” en esta negociación era la de Julio con el abogado de Laura, y que el letrado, si bien había firmado, no estaba del todo conforme con este acuerdo parcial aun cuando fuera provisorio.
La agenda convenida para ésta tercera reunión era evaluar como había resultado la nueva modalidad, la posibilidad de que Yamila pasara un fin de semana completo en la casa de su papá, y conversar sobre los alimentos, actuales y adeudados.
En lo personal ya me sentía legitimada en mi rol de mediadora, tanto por las partes como por los letrados, y dejé que las personas se sentaran en la sala según su voluntad, quedando ubicadas (alrededor de la mesa redonda) a mi derecha Laura, seguida por su letrado, seguido por Julio, y a continuación su abogada, que estaba a mi izquierda.
Ambos padres coincidieron en que Yamila estaba muy bien, y Julio manifestó que quería más tiempo para estar con su hija. Laura dijo que podían contemplarlo pero que quería escuchar la opinión actual de la psicóloga, mientras que su abogado propuso ver como Julio pagaba los alimentos atrasados. Esto motivó el enojo de Julio que en tono agresivo le dijo que no se metiera en sus temas, el abogado respondió que sí era su tema, que él no cumplía con lo que debía, que la psicóloga había dicho que era un padre peligroso para su hija. Julio le contestó mal. Comencé a notar el clima muy tenso. Ambos se cruzaron miradas amenazadoras. El letrado tocó a Julio con su mano, quien se la sacó en forma violenta. Laura le solicitó calma a su abogado. Yo intenté bajar los ánimos recordando las reglas de comportamiento pactadas, pero ya los dos hombres se habían parado, se “pecheaban” y amenazaban con pegarse. Luego de una intervención que llamaba a la reflexión, en un tono de voz más fuerte que el que habitualmente utilizo logré separarlos. Necesité conversar en privado para contener la situación.
Muchas veces por confiar en nuestra “experiencia” nos aflojamos y cometemos errores que no tendríamos como principiantes, cuando estamos más atados a las pautas, que a veces parecen sólo formalidades aprendidas en los entrenamientos de mediación.
Nunca sabré si estas dos personas hubieran llegado a la misma situación de haber yo organizado su ubicación espacial, en la mesa de mediación, de manera tal que las partes estuvieran una a mi derecha y la otra a mi izquierda, seguida cada una por sus asistentes letrados. Lo que si sé es que ambos estaban en una situación proclive al enfrentamiento y de esta forma el contacto físico era posible, sin tener que hacer ningún esfuerzo.
Sé también que no elegí dejar librada la ubicación alrededor de la mesa a la decisión de las personas. Podría haberlo hecho por distintas razones, por ejemplo para formular hipótesis sobre la relación, cómo están más cómodos, cuál es el sistema que tienen armado, quién pretende ser protagonista u otras hipótesis.
La mediación, como siempre decimos, es un procedimiento flexible, pero eso no quiere decir “librado al azar”. Puedo elegir la intervención, incluso no hacerla, pero esta debe ser una elección conciente.
También sé y olvidé, que muchas veces el abogado que acompaña en un caso de familia toma un rol protagónico en la defensa de lo que cree son los derechos de su cliente, resultando difícil descifrar quién quiere qué, y es responsabilidad del mediador, con las herramientas que posee (sesiones privadas, preguntas atinentes a cada uno, a la parte sobre los temas personales, al abogado sobre los temas procesales o jurídicos) colaborar para que cada uno pueda ubicarse en su rol.
La ubicación de las partes alrededor de la mesa tiene un sentido. Podemos dejarla de lado, pero tiene que ser una elección con un motivo claro, con una hipótesis que fundamente el cambio.
Situaciones como ésta son para mí un llamado de atención sobre el valor del procedimiento y de las herramientas aprendidas para cada etapa, y me resulta grato saber que siempre cuento con esa red de contención que me permite revisar permanentemente la práctica.