la librería

Bibliografía comentada

Mediación en la violencia familiar y en la crisis de la adolescencia - Teoría y práctica

Osvaldo Daniel Ortemberg

la trama

Buenos Aires, Editorial Universidad, 2002

El autor plantea, desde las teorías psicoanalíticas y las concepciones bíblicas-religiosas, una mirada abarcativa de las relaciones humanas y de la configuración de la interacción entre los integrantes de un vínculo conyugal en la primera parte del libro; y del vínculo parental – adolescente en la segunda parte. Propone una revisión de algunos conceptos científicos y religiosos que, aspira, pudieran ser de utilidad para los mediadores, en la comprensión de ciertas situaciones conflictivas familiares. Su concepción del género humano parte de la premisa de que “la violencia forma parte del componente orgánico que la naturaleza provee a sus criaturas para posibilitar su subsistencia”.
El libro está dividido en dos partes. La primera incluye seis capítulos y la segunda cinco. En la primera, y a partir de las máximas, que según el autor son por todos conocidas: “El hombre nace bueno y la sociedad lo hace malo” y “El hombre es el lobo del hombre”; y del principio religioso anterior según el cual “el hombre (Adán) nació bueno y la mujer (Eva) lo hizo malo, sostiene que “la familia, viene entonces, con una carga importante de culpa”. Es “en el ámbito familiar” dice el autor, “donde se manifiesta la violencia”.
A partir de estos postulados, y sin que ello implique “un rechazo a las máximas y al principio religioso”, comienza abordando el tema “desde una interrogación moral, para plantearla en un plano filosófico”.
Daniel Ortemberg se pregunta acerca del lugar de la subjetividad en la violencia y los aspectos animales del género humano. Plantea la incidencia del “instinto” en el ser humano. Explica cómo, desde su punto de vista, la condición humana cultural “se monta en nuestros instintos” y cómo deben ser limitados por La Ley. Esta Ley se manifiesta “como la prohibición de satisfacer algún aspecto de nuestros instintos”. 
Explica además la incidencia en la vida de los seres humanos del Amor-Odio, generados en el comienzo de la vida misma de cada individuo y son refrenados por La Ley de “prohibición del incesto”. Describe de qué manera este proceso humano marca a cada uno de las personas e incide en su vida futura. Estos aspectos son retomados por el autor, al momento de exponer en la segunda parte de su libro, la mediación en la adolescencia.
Desde el punto de vista religioso, D. Ortemberg parte de la noción de un Dios violento.
Y esta idea de Dios violento se instala en el niño a través de todas las personas que lo rodean, ya sea “por representarlo en su aspecto manifiesto, el de la violencia, sea en sus matices latentes, como el temor a la violencia o la amenaza de recurrir a ella.
Esto le permite concluir que... “ el mecanismo de la violencia se forja en el sujeto en el seno de la familia y se confirma, despliega y consolida en el medio social en el que accede a crecer”.
Distingue el autor la diferencia entre “culpa” y “responsabilidad”. Entiende por sentimiento de culpabilidad “el resultado del modo judeocristiano de instaurar los límites a nuestras tendencias instintivas” en tanto la fuente del sentimiento de responsabilidad “proviene  de la experiencia con individuos de otras culturas... con la responsabilidad, la comprensión supone satisfacer o considerar el interés o la voluntad del semejante”. Y es entonces, la responsabilidad, la propia conducta que se “transforma en una acción vinculada con un semejante y, por ello, en una fuente de experiencia y transformación de la propia subjetividad”.
Hasta aquí, sucintamente, el marco teórico contenido en los Capítulos I y II, sobre el cual el autor desarrolla, a lo largo del libro, sus reflexiones acerca de la violencia.
En el capítulo III aborda el tema de la mujer violentada. Se pregunta el autor porqué es la mujer la que suele ser violentada. Y plantea que si “no estamos de acuerdo con la violencia contra la mujer ¿a qué podemos atribuirle que no haya cesado esta violencia?” Según el autor, esta violencia tiene su origen en la conformación psíquica del individuo y la represión del odio como reacción a los límites que se le imponen. Este odio puede volverse contra sí mismo en alguna forma de violencia o contra los otros. “Cuando se orienta hacia fuera, nos encontramos con los temperamentos violentos, entre los cuales está el marido castigador”. El otro lado de la relación víctima –victimario, según lo plantea D. Ortemberg, es la mujer violentada, que según dice el autor, “pudo haber padecido en su infancia una actitud represiva por parte de sus padres, pero su hostilidad reprimida, en lugar de descargarse hacia otras personas, como ocurre con el castigador, la descarga contra sí misma. De este modo, - dice D. Ortemberg– “encuentra satisfacción en el sufrimiento que se le infiere... ”
Por otra parte, entiende que la violencia ejercida sobre la mujer se asienta en el deseo de poder del cual señala tres aspectos: “ el ius utendi ( usarla), el ius fruendi (apropiarnos de sus frutos) y el ius abutendi ( destruirla). Según entiende el autor,  “el poder viene teniendo más éxito que el amor”
En el capítulo IV describe otros factores que pueden generar violencia familiar y los categoriza en factores internos (las patologías descriptas desde la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis)  y los factores externos, entre los que destaca el económico, pero también agrega la pérdida del trabajo, las modificaciones negativas en el ámbito laboral, las agresiones recibidas en el contexto que habitamos, las catástrofes sociales o naturales.
En el mismo capítulo se pregunta el autor si el mediador debe indagar acerca de los factores que pudieron generar la violencia familiar y se responde afirmativamente. Sostiene que para llegar a un acuerdo “... es conveniente que – las partes- sepan cuál es la fuente del conflicto  y “si no lo tienen claro, el mediador les debe ayudar a conocerlo”. Sostiene que es conveniente que el mediador indague acerca de las causas que llevaron a la violencia familiar.
En otro orden de ideas el autor se interroga acerca de las características de la violencia familiar y si consiste en un delito o una enfermedad. Señala los aspectos negativos y paralizantes para la familia de considerar la violencia familiar sólo como un delito.
En el capítulo V parte de la definición de violencia familiar del Consejo de Europa, pero la considera una conceptualización insuficiente por cuanto entiende que no es abarcativa de los casos en que “el menoscabo en la vida o en la integridad que se ocasione a la víctima puede estar en consonancia con el deseo de esa víctima y/o del conjunto de la familia”. Desde su particular mirada de la cuestión, el autor también afirma que “Es razonable considerar la violencia familiar partiendo de las conductas en que la misma se manifiesta, pero sin quedar atrapados en la ilusión de tomar como causante único a aquel o a aquella de quien proviene la acción violenta”. El autor considera necesaria esta mirada de la relación entre las partes de un acto de violencia ya que “de otro modo se dificultará al mediador la comprensión del caso, que podrá llevarlo a auspiciar pactos que no contemplen las complicidades y patologías de aquellos entre quienes se celebran”.
En cuanto a la tarea del mediador en casos en los que se han suscitado acciones de violencia, el autor dice que se ha venido enseñando que  no se puede mediar en los casos de violencia familiar, pero el autor distingue los momentos de la crisis de violencia de aquellos posteriores en que la crisis ha pasado. Y es en estos momentos, dice D. Ortemberg, que se encuentra el espacio para la tarea del mediador. Advierte el autor, que en los casos de mediación familiar, el mediador debe presumir “la existencia de violencia por la naturaleza misma de la convivencia”.
Su recorrido continua a partir de describir la violencia presunta o manifiesta en aquellos casos en que el mediador es llamado a intervenir. Luego describe los diferentes tipos de violencia familiar manifiesta y los efectos que producen en el mediador. Realiza luego una reseña de las características mentales de los violentos, para ocuparse a continuación de los modos de vinculación entre víctima y victimario. Finaliza el capítulo sosteniendo la importancia de la presencia de los niños en estos casos, debidamente defendidos por una persona, especialmente capacitada para ello, que se ocupe particularmente de sus derechos.
En el capítulo VI, desarrolla un caso de mediación familiar, teatralizado por sus alumnos, y comediado por una abogada y un psicólogo.
En la segunda parte, comienza por describir la crisis adolescente. En un acápite que llama “Historia de la Crisis”, D. Ortemberg señala que “el período de crisis de la transformación adolescente es una convergencia de pasado y futuro”.
Parte de describir la evolución del niño hasta ese período de su vida. Retoma los principios del complejo de Edipo y como a partir de las limitaciones que le impone La Ley, va forjando su manera de mirar la vida. Dice el autor que, cuando el sujeto llega a la pubertad, la ley de Prohibición del Incesto ya está instalada en él. Y que esa Ley “necesita adecuar su historia infantil a los nuevos contenidos que corresponden a la maduración orgánica del sujeto”.  El autor llama a esta época evolutiva de la vida humana “el tiempo del temblor”. Asimismo destaca que durante este período de su vida, el adolescente se instala en la crisis adolescente a partir de dos cuestiones: la identidad sexual y un ideal de aquello que se quiere ser.
En esta segunda parte de su obra, D. Ortemberg aborda diversas temáticas que hacen al mundo adolescente. Como dijerámos previamente, su fundamento teórico se desarrolla a partir de la teoría del Edipo. Sostiene que durante esta etapa, queda “inaugurada una doble posición posible del Edipo: el positivo y el negativo”.
Describe  el transcurrir del niño de la “mujer prohibida a las mujeres permitidas” y de la niña, de la “mujer prohibida a la identificación femenina”.
Sostiene el autor que “el trance que al adolescente lo lleva a sus exteriorizaciones violentas, es el salto de la dependencia infantil a la autonomía familiar”. D. Ortemberg, describe los cuatro tiempos de la organización afectiva que padece el sujeto: el primer período, es el de la indeferenciación, el segundo período es el edípico; el tercer período es el de la latencia y en el cuarto vuelve a aflorar la exigencia erógena en la adolescencia.
En el capítulo II de la segunda parte, desarrolla los obstáculos para crecer, que según señala el autor, parten de las “fuerzas en conflicto”, que se “corresponden a una doble exigencia psíquica: la de las tendencias regresivas, en cuanto se reactiva de manera crítica la historia infantil, y las tendencias progresivas, que intentan que las pulsiones actuales encuentren objetos en los cuales satisfacerse fuera del ámbito familiar”.
Se ocupa además del fundamentalismo adolescente ya que constituye una “conducta muy habitual de los adolescentes”... “tener conductas extremas”.
Una parte central de este capítulo lo constituye el tema de los modelos. “Aquello que se quiere ser”, dice D. Ortemberg. Describe el modo como se transmiten los modelos  para ocuparse a continuación del modo como “el adolescente debe adaptarse al mundo adulto”.  Señala como el vínculo con sus padres se torna crítico y explica las razones para ello  y cómo resulta a los padres difícil adaptarse a este período en la vida de sus hijos. Se ocupa del vínculo de los padres con sus hijos a partir de la preocupación por su futuro, la culpa o temor de “hacer mal” aquello que está haciendo, y del amor parental en sus complejas manifestaciones.
En el artículo IV, de esta segunda parte introduce el tema del grupo adolescente en la escuela y en el capítulo V, se refiere específicamente a la mediación en la crisis de la adolescencia.
Para el autor el objetivo de la mediación “cuando una de las partes en conflicto es un adolescente, es lograr mediante un diálogo directo o indirecto entre las partes, un cambio en la manera de relacionarse que elimine o disminuya los efectos violentos de la crisis adolescente respecto de las personas involucradas”. Se refiere a continuación a quiénes serían las personas que podrían solicitar el servicio de mediación,  quiénes participarían, la retribución del mediador, y la relación del mediador con los adultos. Respecto al adulto en este tipo de mediación, resalta las resistencias al cambio con las que puede toparse el mediador, como por ejemplo, la dificultad que tienen los padres para permitir la intervención de un tercero cuando piensan que “es el adulto... quien debería haberlo resuelto”. Por otra parte describe la envidia y el masoquismo del adulto que lo llevan a favorecer y permitir los actos violentos de los jóvenes de su familia.  
El mayor obstáculo con que se encuentra el mediador en este tipo de mediaciones, dice el autor, es legitimarse ante el adolescente, siendo el mediador también un adulto   y describe algunos abordajes posibles para que el adolescente se sienta cómodo frente al tercero. Se interna en los diferentes supuestos: la diferencia generacional entre mediador y joven, la relación mediadora –y el adolescente,  mediadora y la adolescente, el mediador y el adolescente, y el mediador y la adolescente.
Para el abordaje del diálogo propone el camino de conversar con cada parte por separado, y “sólo si las circunstancias lo indican reunirlas con quien se plantea el problema para intentar un diálogo directo entre ellas”.
Culmina esta segunda parte con la narración de un caso real en la que el autor intervino como mediador.
El abordaje que el autor hace de las temáticas del libro que comentamos, es sin duda novedoso para el campo de la mediación. Puede o no compartirse sus fundamentos teóricos,  filosóficos y científicos, pero este libro constituye, una vez más, una prueba de la importancia del intento de trabajar interdisciplinariamente, para abordar la complejidad de los conflictos desplegados en el proceso de mediación.

Viviana V. M. Gómez