número 67 / noviembre 2020

Mediación comunitaria

Derribando la barrera de la ortodoxia metodológica con rigor. Introduciendo nuevas herramientas.

Fadhila Mammar (Túnez)

Resumen

Texto extraído del libro Nató, Alejandro M. - Montejo Cunilleras, Lola - Negredo Carrillo, Oscar (coords.), Mediación comunitaria. Recorridos, sentires y voces en tiempos de cambio, Buenos Aires, Astrea, 2018. Agradecemos la gentileza de Editorial Astrea.

Texto

1. Sobre mi experiencia en España, Bolivia y Ecuador

Trabajé diez años en un contexto europeo, en España, donde surge la necesidad de la mediación cuando empiezan los flujos migratorios para modificar los escenarios, principalmente urbanos, del país. Así nació el Servicio de Mediación Social Intercultural (Semsi) de la ciudad de Madrid, de la mano del antropólogo Carlos Giménez.

Luego, estuve  otros  diez  años  trabajando  principalmente en dos países andinos: Bolivia y Ecuador, los últimos cinco años en Ecuador con pueblos indígenas y organizaciones campesinas.

En la primera década, dirigía un equipo de cuarenta y siete mediadores de una veintena de orígenes diferentes, contratados todos por el gobierno local. En el segundo período lo realicé como autónoma, solo como mediadora pero inmersa en equipos multidisciplinarios, contratada por gobiernos locales y regionales, a veces por fundaciones, y finalmente pasé tres años trabajando directamente con el ministro de Agricultura  del Ecuador.

La forma de contratación, los empleadores, los equipos, tiene su relevancia, pues determinó mucho mi libertad a  la hora de trabajar y en qué conflictos podía o no intervenir.

Lo que viene a mi mente en primer lugar es que en España se habla de mediación comunitaria sin tener muy claro lo que es lo comunitario, que se confunde mucho con lo colectivo, y que, al no clarificar en cada ocasión, a menudo yerra en las agendas y expectativas.

Hasta donde llega, hoy por hoy, en España lo que se llama mediación comunitaria tiene más que ver con una mediación vecinal (y no digo que sea menos relevante), a pesar de que existen mediadores de gran envergadura, a los que no se legitima (por parte de los que financian) para intervenir en conflictos comunitarios.

En cuanto al Semsi, trabajaba en más de un 70 % en lo que se llama el ámbito comunitario, y allí se lograron transformaciones potentes. Nuestra conclusión es que esa fue la razón de que se cerrara el servicio.

Me parece importante señalar que cuando la mediación comunitaria estaba en su momento álgido, ciertos profesionales crearon una suerte de polémica en torno a la mediación comunitaria y la mediación intercultural, dictaminando estos que la mediación comunitaria de por sí podía atender conflictos de raíz cultural. Siempre consideré que esta postura no es más que un reflejo etnocéntrico y una forma de hacer mediación para resolver y no transformar. Recuerdo una mesa redonda titulada “Mediación comunitaria versus mediación intercultural”, en la que los organizadores pretendían confrontarnos a Javier Wilhelm y a mí, y en la que los dos nos pusimos de acuerdo, tomamos un café previo y desmontamos esa teoría.

En la actualidad, en España, en mi opinión, la mediación  en general ha ganado terreno cuando permite a la Administración ganar tiempo y dinero (ámbito familiar, penal y mercantil); sin embargo, los grandes proyectos de mediación comunitaria que existían en la primera década de los 2000 han ido desapareciendo, con algunas excepciones, en todo el Estado.

En Bolivia y Ecuador, el primer reto al que me enfrenté es que se consideraba que la mediación comunitaria intercultural era una imposición foránea y occidental. El segundo es que trabajé con comunidades reales, y que ellas, como tales, tenían su propia cultura organizativa y de resolución de conflictos. Es allí donde crecí mucho como mediadora, donde aprendí y me reinventé. Hizo falta romper con la ortodoxia académica e inventar otras herramientas, crear otras metodologías.

Creo que en estos últimos diez años este es el gran aporte de la mediación comunitaria a la mediación en general: derribar la barrera de la ortodoxia metodológica, mantenerse en el rigor y haber sabido introducir nuevas herramientas, abrir las posibilidades, adaptándose a las necesidades de las personas   en sus territorios.

 

2. La mediación comunitaria no es solo resolver conflictos.

Como mediadora hace tiempo que he asumido que muchas veces no se puede llegar a acuerdos sobre todos los puntos de la agenda. Deben darse ciertas circunstancias (a menudo externas) para lograr el acuerdo, pero aun sin acuerdo hay mucho trabajo para la mediación comunitaria (MC).

Ella es corresponsabilizar a cada individuo y a la comunidad-colectividad de sus acciones o falta de ellas.

Con la justicia formal desaparece la idea de gestionar los conflictos para no romper la cohesión social y la MC  vuelve a trabajar para la cohesión social; no se trata de dictaminar quién tiene la culpa o la razón, sino de cuidar los efectos del conflicto sobre el grupo y, por lo tanto, de cuidar lo relacional, algo fundamental para la convivencia.

Gran parte de la MC es trabajar para hacer posible el encuentro, para que las personas acepten sentarse a una mesa y hablar de sus problemas o conflictos internos. La democracia solo se expresa mediante la expresión de la mayoría y esto crea conflictos.

La MC posibilita la toma de decisión colectiva y consensuada; es brindar las herramientas para la autogestión colectiva; devuelve ciudadanía creando espacios reales de participación. En el Semsi la mayoría de las personas con las que trabajamos estaban en una situación administrativa irregular; la mediación creó espacios participativos en los que, sin embargo, pudieron ejercer ciudadanía social a nivel de igualdad con los españoles.

 

3. Los aspectos que deben definir el rol de la persona mediadora.

Podemos mencionar los siguientes: a) tener humildad (sin ella, en los países andinos no hubiera durado ni una semana), pues entrar en una comunidad-colectividad supone hacerlo con mucha humildad; b) observar y escuchar, ante todo, es decir, ver las dinámicas, los roles, oír las historias sobre los conflictos, etc., que se dan en un territorio; c) creer en la inter- disciplinariedad, o sea, crear sinergias entre los saberes y experiencias; d) ser coherente y ético, y e) matar su ego.

En este sentido, mis años trabajando con comunidades indígenas y campesinas me han enseñado que la mayoría de ellas ya saben tomar decisiones y lograr acuerdos de manera colectiva. Mi papel en muchas ocasiones era de trabajar para que  las partes en conflicto aceptaran sentarse y hablar. Durante meses, mi labor consistía en ser tejedora de confianza, hasta que se pudiera dar el momento del encuentro. Alguna vez, hablando de ello con ALEJANDRO NATÓ, él me dijo: “y tu silla se puede quedar vacía”. Es exactamente eso, saber retirarte por- que tu trabajo lo has hecho, lo demás ellos lo saben hacer, a su manera, y lo harán solos y bien.

Aprendí de mediadores que trabajaban en Colombia el concepto de pluriparcialidad. En ocasiones, los mediadores rizamos mucho el rizo, pero esto me gustó. Significa que deseo realmente ayudar a resolver este conflicto que envenena estas comunidades, que me implico desde la empatía, que estoy con ellos, estoy con las partes. Esta forma de implicarse desde la empatía (no meterte donde no debes) es una potente forma de lograr la legitimación porque las personas lo sienten.

Exigir tiempo a quienes nos financian; la MC necesita de sus tiempos.  No somos bomberos, somos mediadores, por lo   que la primera batalla a librar está en este campo. Si no es posible ganar tiempo entonces lo ético nos obliga a rebajar expectativas, las nuestras, las de las personas que nos pagan, las de la comunidad.

Qué hace que una comunidad se responsabilice de sus propios conflictos y los transforme en oportunidades. En primer lugar, que vea lo que se le ofrecía, que la gestión dialogada de los conflictos funcionó. Por lo que supone una gran responsabilidad para los mediadores. Que constate que le sirve; las personas necesitamos ver que esto que me ofrecen sirve.

También, formar a la comunidad en resolución de los conflictos.

Además, multiplicar los “agentes”. Eso es tener a media- dores pares en diferentes tramos de edad y ámbitos: salud, es- cuela, asociaciones, vecinal, etcétera.

Por  último, responsabilizar a las personas de sus acciones  o falta de ellas, y en este sentido significa que mi presencia como mediadora tiene fecha de caducidad.

 

4. Los peligros que puede correr la  mediación  comunitaria e implementarla para que sea un instrumento de democratización.

No soy ingenua. Cuando los servicios de MC están pagados desde alguna Administración local, regional, estatal, cualquier sea su color político, incluso desde un organismo privado, el peligro está allí: esto es, si no es un instrumento de control social, puede serlo de contención.          

Mi experiencia en España en este sentido no ha sido buena. Cuando el Semsi estaba en su mejor momento, con un equipo grande muy bien implantado, muy reconocido por los actores sociales, los profesionales de los diversos ámbitos del municipio, por la población española y de origen extranjero; cuando habíamos ganado diferentes premios a nivel estatal e internacional por nuestro trabajo; cuando las personas salieron de la invisibilidad en las que se las había colocado por su situación administrativa (no tener residencia legal) y empezaron a participar de los foros y tomar la palabra, se decidió cambiar la esencia del servicio y reconvertirlo en el Servicio de Dinamización Intercultural, con vocación de actividades de ocio y tiempo libre. Tuvimos que elegir y decidimos irnos todos y cerrar el Semsi. Desde entonces, y con la excusa de la crisis, no se ha vuelto a abrir un servicio de estas características.

 

5. Sobre el futuro

No soy capaz, mirando a mi alrededor, de pensar cómo será la mediación comunitaria. Los tiempos que vivimos son muy complejos e inciertos.

Si de anhelo se trata, entonces sería que, en el 2035, todos los barrios –pues habremos aún más personas viviendo en las ciudades– y también los pueblos y aldeas tengan su “Casa de los Acuerdos”, como hay centro de salud y escuela. En esta casa la gente tendrá a su disposición salas donde reunirse para resolver sus conflictos y dialogar para tomar decisiones sobre su comunidad. Las familias acudirán para tratar sus problemas con los hijos, el esposo, etc., en este espacio cálido y neutro. Los jóvenes harán lo mismo  para  arreglar sus disputas y cuando un barrio se enfrente a otro también se  encontrará en la casa; cada encuentro será en la casa de cada barrio por turno.

Las personas no se esconderán para ir a la casa de los acuerdos y mostrar así que tienen problemas, sino que se sentirán orgullosas de volver a tomar las riendas de sus vidas, a cuidar de sí y, por ende, de los demás.

Los mediadores comunitarios se dedicarían a otros tipos de conflictos de otra envergadura: medioambientales, políticos.

Explicaré en qué consistió un trabajo  que cambió  mucho en mí. Fue en una hacienda bananera. Para no perder sus empleos, los trabajadores decidieron comprarla y crear su propia cooperativa de producción  agrícola.  Los mil doscientos socios más las cuatrocientos trabajadores externos tenían toda una serie de problemas y vivían inmersos en varios conflictos. El ministro del Ecuador decidió contratarme para ayudarles en su proceso de cambio.  La  primera dificultad era con trabajadores del banano, pues no tenían idea acerca de cómo dirigir una cooperativa, y cabe resaltar que esta plantación era una de las mejores del país, que muchos terratenientes la codiciaban y querían que el proyecto fracasara.

a)   Observé y escuché.

b)   Hice un diagnóstico sobre los conflictos abiertos, latentes, sus historias y sus posibles razones.

c)   Decidí en cuáles situaciones iba a actuar y cuáles no, porque la situación sobrepasaba mi ámbito de control y el de os cooperativistas en algunas circunstancias.

d)   Resolví trabajar con las personas encargadas: presidente, junta directiva, etc., sobre la mejoría de los flujos de información y la comunicación en la cooperativa y la comunidad, porque su falta era la fuente de un gran número de conflictos. Esto su- puso una serie de actividades en las que participé para algunas.

e)   Realicé otras actividades, en las que participé como un integrante más, junto con otras personas: limpieza, recuperar fiestas, crear actividades, todo ello para crear el orgullo de pertenecer a la cooperativa, crear sentido de pertenencia, etcétera.

f )   Formé a la junta directiva y su presidente en cuanto a organizar y llevar una reunión, una asamblea general, visto  que estas eran unos campos de batalla terroríficos donde todos se desprestigiaban.

g)   Formé a los cuarenta delegados representantes de los mil doscientos socios en relación con participar en las asambleas generales, sin armar broncas, escuchando, exponiendo sus ideas, dialogando con la directiva y siendo propositivos y no solo críticos.

Facilité un sinfín de reuniones difíciles. Al principio sola y luego acompañada por una de las cinco personas (se turnaban) que formé para ello. Terminaron facilitando ellas mismas las reuniones.

h)   Medié conflictos entre miembros de la junta directiva, entre delegados y junta, entre trabajadores de administración y la gerente, etcétera.

j)   Formé a un equipo de once personas,  tres  mujeres  y ocho hombres (90 % de los trabajadores de la bananera son hombres) para mediar los conflictos de la cooperativa, de los trabajadores de la bananera y de la comunidad. El equipo es- tuvo formado por tres mujeres de administración, un técnico   de seguridad laboral y siete trabajadores del campo. Antes de iniciar cualquier formación, me aseguré de que tanto el presi- dente de la cooperativa como el gerente les darían la posibilidad de mediar en su tiempo de trabajo cuando el caso lo requiriera, y que se les diese un pequeño local para poder reunirse y mediar.  Estas once personas aceptaron formarse en su tiempo libre, los sábados.

Cuando se me hizo la propuesta de trabajar en la hacienda, pedí que me dieran tiempo. La casuística era muy diversa y enredada, pero me lo dieron, además de la confianza. Estuve trabajando dieciocho meses, cada cuatro paraba uno para regresar a España. Trabajaba y vivía en la bananera cuatro  días a la semana. Aquí expongo a grandes rasgos lo que hice (y se hubiera podido hacer más) en el marco de la mediación comunitaria. Lo importante para mí era no olvidar el objetivo  de cohesión y llegar a la autorregulación del conflicto. La metodología: la que requería cada caso y sobre todo que se adaptara a las personas. Mi mayor problema, a diario, era que los trabajadores tenían muy largas jornadas de trabajo y que era un colectivo muy grande, cada actividad suponía una logística difícil de lograr y mucha flexibilidad de mi parte. El tiempo permitió hacer un trabajo sostenible que no acabara con el fin de mi contrato.

 

Biodata

Fadhila Mammar (Túnez)

Mediadora social intercultural, consultora internacional en manejo de conflictos e interculturalidad. Especialista en la gestión dialogada de conflictos interétnicos, sociales y de tierras en América del Sur, especialmente en la región andina. Asesora en políticas públicas en migraciones y diversidad cultural en América Latina. Conferenciante internacional sobre estas temá- ticas. Profesora colaboradora en universidades de España y América Latina.

 

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